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viernes, 8 de agosto de 2014

RECUERDOS DE MONICA

Domingo 29 de julio del 2007

RECUERDOS DE MONICA

  ¿Cuándo nos conocimos? No recuerdo bien, debe haber sido por 1964 o tal vez 1965. Es muy probable que alguna vez anduve por su casa y allí fue, ya que jugaba yo al rugby en La Tablada con Manolito, su hermano mayor, y con Gabriel, el segundo. Aunque no necesariamente puede haber sido de esa manera nuestro primer encuentro, tal vez la vi en alguna fiestita, de esas que teníamos rigurosamente todos los sábados los chicos y las chicas del Cerro de las Rosas y sus alrededores (yo, por ejemplo vivía en Argüello, un barrio pegado). Ella tenía un grupo de amigas: Alicia, Poebe, Liliana, Piti, su hermana menor Cecilia, y otras que ya no recuerdo; y yo uno de amigos, por lo que siempre, de una u otra manera, nos encontrábamos en esos "asaltos" (así llamábamos a los bailes en casas de familia).
  Bien, lo cierto es que, de alguna manera, Mónica y yo comenzamos a salir por aquel entonces. Ella tendría sus 13 ó 14 años, y yo dos mas. Plena adolescencia como quien dice. Anduvimos entonces de "novios" unos meses. Ella me iba a ver a los partidos de rugby de los sábados, porque era de inferiores; y yo, a veces, me llegaba hasta sus partidos de hockey. Era mas bien baja, atlética y de hermoso cuerpo, como casi todos y todas en su familia; un poquito chuequita, lo que motivaba mis cargadas. De rostro muy lindo y transparente en sus emociones, donde destacaban los ojos, vivaces y tiernos.
  Como todos los jóvenes, allí anduvimos entonces unos meses juntos, de aquí para allá. Una de esas noches, me recuerdo que era en calle 7 y la Núñez, volviendo de una fiesta, le di un beso en la boca. Era su primer beso, y seguramente tampoco yo era muy ducho en el tema. Que emoción. Luego, un buen día cortamos (así se le decía a no estar mas de novios). Ella quería seguir, pero, por lo que recuerdo, yo no. Vaya uno a saber porqué. En venganza usó mi sobrenombre y le puso a una perra que tenía Changa (esto fue así aunque Mamina, su mamá, dice que no), de la que luego hubo varias generaciones.
  Cada uno fue entonces recorriendo su joven vida. Siempre viéndonos por cierto, porque éramos del barrio, del club, y teníamos los mismos amigos y amigas; no había forma de no cruzarse una y otra vez. Pero cada uno por su lado. Hasta que allá por finales de los sesenta dejamos de vernos, tal vez por la vida universitaria (ella estudiaba en la Nacional, yo en la Católica) y seguramente también por cuestiones de la militancia que uno abordaba cada vez mas activamente.
  En febrero de 1972 me llevan preso, y así permanezco hasta el 25 de Mayo del año siguiente, en que recupero la libertad con la amnistía de Cámpora. Salgo de la cárcel de Rawson, paso por Buenos Aires y llego a Córdoba el 29 de Mayo. El aniversario del Cordobazo. Se hacía un gran acto en la Avenida San Juan, donde hablaría entre otros Dorticós, el presidente de Cuba, además de Atilio López y el Gringo Tosco. Era por la mañana y allá me fui.
  Por supuesto que anduve de aquí para allá, entusiasmado de ver tanta gente, tantas banderas, tanta alegría. Y allí, en ese acto, la volví a encontrar después de por lo menos cuatro años a Moniquita. Ahí estaba ella, menudita, contenta y, a juzgar por su cara y sus gestos, feliz de verme. Yo también. A borbotones me contó de su vida, la Facultad de Letras, el trabajo en la Biblioteca, su militancia, su familia, etc. Lo mismo hice yo como pude, y arreglamos para vernos a los pocos días.
  En algún bar de la Docta siguió esta historia. Ahí ya pudimos hablar mas tranquilos, contarnos en que habíamos estado todo ese tiempo de vernos poco primero y nada después. Me dijo que había estado de novio y muy metida (léase enamorada) con un muchacho de nuestra barra, pero que eso ya era historia. Que no salía con nadie en ese momento, que militaba en la universidad en una agrupación que se llamaba TUPAC, que compartía mucho de mis ideas. Y yo que me gustaba estar allí con ella, que la cárcel había sido como una escuela, que la lucha recién comenzaba, que cuando nos veíamos de nuevo.
  En esos años todo se vivía con rapidez, tal vez por saberse que podía ser breve. Por tanto, ahí nomás retomamos nuestra relación afectiva, casi como si nunca se hubiera cortado.
  Durante unos meses ella vivió en su casa en el Cerro y yo en la de una pareja de compañeros en Alto Alberdi. La Gude, una amiga de Mamina, muchas veces nos prestaba su departamento en el centro y allí nos íbamos a hacernos el amor. Cómo no, si yo tenía 23 años y ella apenas 21. En la flor de la juventud.
  Mónica tomó la decisión de venir al PRT conmigo, y su frente de trabajo fue el sindicato de Empleados Públicos. Ella era delegada en la Biblioteca. Siguió con sus estudios en la universidad, pero no con su militancia allí. Recuerdo como si fuera hoy, que me llegaba cerca de las doce de la noche a buscarla a la salida de clase, y la llevaba a su casa en el Cerro. El vehículo era una moto Siambreta que me prestaba un amigo. ¡Qué frío que nos hacía! Pero claro, ni se me ocurría no buscarla. Era tan lindo ese momento. La dejaba en la puerta de su casa, sin entrar, para que no se enterara Manolo, su papá (que me conocía del rugby, claro está) y ahorrarle un disgusto. Nuestra compinche era la Mamina, su mamá.
  Un día, me parece que era el mes de Setiembre, me dice: alquilé un departamento para irnos a vivir. Así era de decidida la Negra cuando andaba atrás de algo. Bueno, le dije, vamos. Y allí tuvimos nuestra primera casa, en Villa Revol. Chiquita, al lado de las vías, pero que nos parecía bárbara. Mónica la arregló rinconcito por rinconcito. Teníamos solo una cama de una plaza, tal vez un poquito mas grande, pero a nosotros nos encantaba. Todas las cosas, platos, cubiertos, vasos, muebles, ropa de cama y demás, se los había sacado a la Mamina, por supuesto.
  Fue efímera nuestra casa. Apenas dos meses después el Partido me mandó a otra provincia. Analizamos con Mónica qué hacer. Nuestra relación era reciente, su familia (la que, salvo su mamá, no sabía nada de su militancia) sospecharía de las razones de su ida a otra ciudad, mas cuando le faltaban apenas unas materias para recibirse, y, por último, los riesgos que, todo indicaba, seguramente se incrementarían con los meses. Ella no dudó, se puso firme. Me voy con vos y listo, me dijo decidida. Y allí partimos a fines de noviembre de 1973.
  Primero estuvimos un tiempito en la casa de una pareja de compañeros. Luego ya nos fuimos a vivir a una casa, que otra vez ella arregló con todo empeño y buen gusto. Siempre tuvo, a pesar de ser tan jovencita, una idea clara de cómo quería vivir con su pareja, mas allá del torbellino que era nuestra vida en aquel entonces. Era para mi un placer que ella fuera así. Ah, y esta vez nos tocó una cama de dos plazas, aunque los muebles los habíamos hecho con cajones de manzana. Bueno, todo no era posible.
  Teníamos un auto, un Ford Falcon. Aun cuando Mónica manejaba bien, al ser un vehículo grande, le costaba sacarlo de casa marcha atrás; por lo que cada tanto o chocaba el pilar del portón, o metía una rueda en la acequia. Allí venía entonces llorando para que le arreglara el embrollo. Así era su personalidad: siempre muy sensible, con las lagrimitas saliendo por cualquier cosa; pero, a no equivocarse, muy firme y decidida con las cosas importantes de su vida.
  Allí en esa nueva ciudad donde estábamos, siguió su militancia política en nuestro partido. Al mismo tiempo creyó conveniente tener una experiencia laboral nueva. Venía de una familia de clase media acomodada, pero como tantos de nosotros, había tomado un compromiso con su pueblo, con los trabajadores, con los humildes. Por lo que creyó correcto conocer en concreto como vivían. Se puso a trabajar entonces de empleada doméstica y conoció ahí, en vivo y en directo, muchas de las cosas que hasta ese entonces solo sabía por teoría. Por ejemplo, que muchas veces era mejor la comida que destinaban sus patrones al perro que a ella. Volvía a casa indignada, pero firme en su decisión de continuar trabajando allí.
  Al poco tiempo vino a vivir con nosotros un compañero (del que nunca pude saber qué fue, aunque creo que está desaparecido) al que le decíamos Manuel. No era su nombre real, por supuesto, era un seudónimo; como el Paula que usaba Moniquita. Y también llegó al hogar una perrita callejera; a la que le pusimos Kruska, nombre derivado de Kruskaia Contanstinovna, que era como se llamaba la mujer de Lenin. ¡Qué ocurrencia la nuestra! Graciosamente, la conocían a la perrita todos en el barrio por Kruska, incluido el policía que vivía al lado de casa; el que sentía mucho aprecio por Mónica y la invitaba siempre a la iglesia protestante, religión que profesaba. ¡Pobre hombre, si hubiera sabido quienes éramos en realidad!
  Tal como habíamos previsto, andando el año 1974 la situación política se fue tensando, y como consecuencia de ello empezó a reaparecer la represión. Mónica me pidió entonces que le enseñara bien a manejar armas. Sabía que siempre estaba presente la posibilidad de un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad, y sentía que debía estar preparada para ello. No le faltaban convicciones ni coraje. Para bien o para mal, eran los tiempos que corrían en nuestra patria, la política estaba armada.
  En agosto viajé a Buenos Aires a una reunión nacional del Partido. Allí se decidió que una vez mas cambiara de querencia y me fuera a Tucumán. Acababan de asesinar a compañeros de dirección allí y necesitaban reforzar la regional.
  Volví a casa, me senté con ella en la cama y le conté lo que teníamos que hacer. Se rió, me dijo que no le disgustaba la idea, pero que debíamos tener en cuenta algo. La miré con sorpresa y le dije ¿qué? Esto, me contestó alcanzándome un papelito. Casi me caí de la cama: ¡estaba embarazada! Eso si que era una buena noticia. Lloró por supuesto, cómo no iba a hacerlo, si siempre lloraba. Aunque esta vez tenía una mas que buena razón.
  Planificamos entonces cómo sería nuestra mudanza. Iría yo primero a conocer la situación y a buscar donde vivir. Luego se vendría ella. A fines de agosto partí, muy contento por la futura llegada de nuestro hijo/a y muy triste por tener que dejarla sola un tiempo. La Negra por supuesto lloró al despedirse, pero ni un poquito de debilidad había en ello, solo manifestación de afecto. Y ya no volveríamos a vernos.
  Fui detenido en Tucumán a fines de setiembre de 1974, días después llevado a Buenos Aires, mas tarde a distintas cárceles. Ella no podía visitarme porque era "legal"; es decir, no estaba identificada por la policía como militante nuestra. Había que evitar que las fuerzas de seguridad la relacionaran conmigo, ya que eso le podía costar la cárcel o la vida. El sacrificio de no vernos fue entonces uno de los tantos que, tanto nosotros como miles y miles de compatriotas, hicimos en esos años fieles al compromiso adquirido con nuestro país y su pueblo.
  No hubo, no obstante, muro que impidiese comunicarnos en todo ese tiempo. Que yo le contara de mis peripecias carcelarias, ni que ella me dijera de sus alegrías y tristezas, de su nueva militancia en Rosario, de la llegada de Maria Carina, nuestra niña, de su trabajo de obrera textil, de su formación política. Que pusiéramos en esas cartas, con el disimulo indispensable, porque para el penal éramos primos, cuanto afecto nos unía. También por supuesto, que me hablara de sus miedos y, al mismo tiempo de su decisión de seguir adelante aun a costa de su vida.
  Y dio su vida, por su patria, por su gente, por su familia, por su hija. Seguramente con toda la confianza de que mas adelante, no importa cuando, hombres y mujeres recogerían esa semilla que ella junto a tantos otros y otras sembraron. Mi homenaje.

CHANGO TUMINI

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Humberto Tumini: Mónica Marta María Cappelli. Mamá de mi hija María Carina, abuela de mis nietas Azul y Lucila, mi compañera. Detenida el 16 de mayo de 1977 en Rosario. Desaparecida desde entonces, pero siempre presente. Memoria, Verdad y Justicia.

Mónica Capelli sostiene en sus brazos a su hija Maria Carina


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Biografía de Humberto Tumini 

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