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jueves, 14 de noviembre de 2013

Bolivia en palabras

 El comienzo

Este texto, pretende dejar asentados algunos recuerdos del viaje que hice a Bolivia en enero de 2009. No soy escritor, así que no esperes una buena obra literaria. No fue la mejor aventura que un viajero pueda haber vivido. No fueron todas alegrías, y hubo varias frustraciones. Más allá de todo eso, mal que mal, es lo que quiero contar, lo que quiero dejar asentado para no olvidarlo después, porque el viaje sí fue una aventura para mí, y significó un quiebre fundamental en mi vida.


Sentado en un sillón  con dolor de panza. Impedido de participar de una acción estudiantil (aunque ya no era un estudiante) de reclamo por no estar bien de salud, estaba viendo las noticias.
En Bolivia, una masacre se reveló prontamente como un intento de golpe de estado. Los intereses norteamericanos desde la misma embajada en este país sudamericano, en colaboración con la oligarquía poderosa y racista local querían voltear al gobierno de Evo Morales y asestar un duro y sangriento mazazo al proceso revolucionario que avanza en toda Latinoamérica.

Así comienza esta historia. En ese momento me surge ese sueño, ese impulso, esa fuerza, esa incomodidad de estar sentado no solo en el sillón sino en la vida.
"Tengo que estar ahí" me dije. "Ahí en Bolivia está el frente de batalla más duro y claro contra el imperialismo, y ése es el lugar donde tengo que estar". Tengo que largar todo y mandarme. Estará muy lejos? Mmm, pensaba y pensaba rápidamente, pero no como algo dubitativo sino con la resolución de pensar seriamente si lo hiciera cómo sería, paso por paso.

Luego, pocos días después, en una cena en el comedor universitario (al que concurría sin ser estudiante) se lo comento a una amiga, Valeria, como una idea loca, pero como una idea.

Eran mediados de septiembre y me puse como plazo el fin de ese mes. Hasta fines de septiembre tenia tiempo para pensarlo. Y lo pensé.
Luego lo charlé con otra amiga, Florencia, y ahí nomás contacte a otra amiga de años, Montserrat, de quien yo sabía que había viajado a ese país. Ella fue la que me dio más detalles de cómo viajar, cómo se podia concretar cada paso, por donde ir, como cruzar la frontera, los papeles necesarios, transportes, hospedajes, características del país, su gente, clima, geografía. Fue el primer y mejor espaldarazo técnico y sentimental para largarme a planear todo. Me dijo que los preparativos eran una parte muy emocionante del viaje. Y tenía razón.

Luego, con una idea un poco más concreta de lo que se podía hacer, se lo comenté a mi mejor amigo Oscar. Le dije que iba a terminar mis obligaciones como perito en la justicia, renunciar a mi trabajo en un ciber-café, cobrar algunas deudas, resolver el papeleo, armar el bolso y largarme a Bolivia con las intenciones de ver desde adentro la revolución, conocer y, si se podía, ayudar.

Luego vino un paso duro: decírselo a mi madre, mi hermano y hermanas. Se los comente en una cena, charlamos largo y tomamos un cafe. Lloré un poco, pero mi madre mucho mas. Nunca habia visto a mi hermano emocionarse como lo vi esa noche. "Uno se preocupa, porque no vamos a saber cómo estás, si estás bien, dónde andas" me dijo con la voz entrecortada. Pero estaba convencido y se los demostré, se los conté todo. Había visto cómo los fascistas castigaban a latigazos a los collas y los arrodillaban para humillarlos, les quemaban una bandera whipala en frente y les pegaban más. No puedo soportarlo, me voy para allá. Y bueno, después de los llantos y los abrazos me dieron su bendición y su apoyo.

Inicie los trámites del pasaporte y la cédula federal. Ninguno era estrictamente necesario, pero servía si por alguna razón el destino me llevaba a otro país. También empecé los trámites de salud que incluían algunas vacunas necesarias. Pero sobre todo comencé a estudiar sobre Bolivia, su historia, su pueblo, Evo. Busqué mapas, documentales, música, fotos, páginas, foros de viajeros. El documental "Guerreros del Arcoiris" y otro llamado "Bolivia para todos" fueron más que movilizantes. Recuerdo verlo a Osvaldo "Chato" Peredo comentar "Nosotros los bolivianos hemos rescatado una buena parte de nuestra identidad, por tres motivos: llevamos el nombre del Libertador, el Che derramó su sangre en Bolivia, y este proceso boliviano está dirigido por los originarios de esta América."

Puse fecha para viajar: mediados de enero. Y la razón era que hasta fines de diciembre necesitaba tiempo para cerrar todas las obligaciones laborales. Además el 25 de enero se hacía en Bolivia un referéndum donde se plebiscitaría la Nueva Constitución Política del Estado, lo cual era un hecho concreto de afirmación del proceso revolucionario. Ahí había que estar. Pensaba varias veces en el futuro, en qué pasaría si llegaba, hacia donde iría después, o hacia dónde me llevarían los acontecimientos. Pero no me precupaba tanto, porque ya estaba lanzado, decidido a bancarme lo que me tocara vivir. Si volvía, volvía. Si no, no.

Asi fueron los primeros pasos y decisiones. Luego siguieron los preparativos, pero eso lo dejaremos para la próxima.

Joaco
11-Nov-2012

El viaje

Esta historia siguió con lo que muchos, por no decir todos, llamarían un fracaso. Pero no nos adelantemos.
Llegó la fecha esperada y estaba en la terminal de ómnibus de mi ciudad con mi equipaje, esperando un colectivo que venía demorado.
En los últimos meses pude concretar lo que hasta hace poco eran cosas imposibles, obstáculos enormes que a cualquiera frenarían, o mejor dicho, que a cualquiera le servirían de excusa para no hacer lo que yo haría.
Renuncié a mi trabajo, cobré algunas deudas, me despedí de mis amigos y amigas. Tenía listas las vacunas, los documentos, mapas, instrucciones, fechas estimadas. Hasta había tenido reuniones con distintas personas que habían viajado a Bolivia para preguntarles de todo. 

También en esos meses el plan se alteró levemente, aunque a la postre no sería tan "levemente", pero en lo principal seguía firme. Mi bolso estaba preparado con lo indispensable y también con lo fundamental para "no volver mas". Wow, todo un golpe fuerte la frase, pero de eso se trataba. Estaba en dentro de las probabilidades: no llegar, llegar y volverme pronto, viajar por meses y meses y volver, o nunca volver. Con esa carga estaban atravesadas las despedidas.
Lo que había cambiado en el plan era que no iba a viajar solo. Un amigo y una amiga me acompañarían hasta mi destino boliviano, y luego volverían. Eso dejaba más tranquila a mi familia y, por qué no decirlo, a mi también un poco. Se hacían más abordables algunas cosas de a dos y de a tres, que solo.

Llevaba en el equipaje muchas cosas de valor sentimental que no puedo olvidar y que siempre me recuerdan este relato. La mochila de viaje, con todas las especificaciones técnicas que necesitaba, y que pude conseguir con mucha suerte, nueva y a buen precio. La pinza multiuso, que mi hermano me regalara para hacer las de "MacGyver" cuando hiciera falta, algo extremadamente útil para un viajero. Una brújula, regalo de mis compañerxs de viaje "para guiar mi camino" según explicaron. Los hilos encerados y cuentas para hacer pulseras, una artesanía que supe aprender y que además de entretenerme podría brindarme algún dinero extra. Y además estaban las cartas, las cuales merecerán un párrafo aparte.

Era inevitable. Ese viaje había despertado el entusiasmo de muchos y muchas. Porque más allá de lo arriesgado, confuso o aparentemente innecesario, había muchos y muchas que desearían poder hacer lo mismo y se identificaban con mi aventura. No tengo ninguna intención de violar la privacidad de la correspondencia, pero algo puedo contar sobre esas cartas que me acompañaron en el compartimento de los papeles más importantes. Una era de un muchacho, a quien no veía mucho, pero que se sentía eternamente mi amigo y quería expresarme cuanto me apreciaba. Otra carta era de una chica, que encontró en las palabras de un poeta latinoamericano su mensaje de acompañamiento y despedida. Otra carta, bien breve, era de otra mujer, que sólo quiso que yo supiera que me esperaría siempre. Y la última, también de otra mujer, no había sido escrita a raíz del viaje, pero en sus líneas guardaba un mensaje que todavía no había podido entender y que tiempo después se revelaría como trascendental.

Y ahí estaba. Esperando el colectivo. Los familiares de mis dos acompañantes, más mi familia estaban sentados o caminaban alrededor de los bolsos. La terminal, por no ser un día de recambio turístico y por ser más de la una de la madrugada estaba vacía. Solo nosotros, con los nervios de ese cole que no venía.

Finalmente llegó. Y su atraso se alargó más cuando, con todo el pasaje listo, el chofer esperaba en la escalerilla que mi madre me soltara. Su abrazo, su llanto, su tristeza, no ocultaban su orgullo. Se iba su hijo mayor, y quién sabe si volvería. Emocionado yo también, secando algunas lágrimas que intentaba contener, subí a ese colectivo, y en ese paso supe que estaba haciendo un quiebre en mi vida.

El viaje fue largo. Al día siguiente hicimos escala para cambiar de micro en Córdoba. Allí me esperaba mi tia Chicha. Una adorable mujer, de las más mayores de la familia, que quiso acompañarme en esa hora de espera entre un micro y otro. Un gesto hermoso, que nunca podré terminar de agradecer por completo. Con ella tomamos unos mates en la terminal. A modo de desayuno, los acompañamos con un sabroso bizcochuelo que mi madre me había hecho para el viaje.

Despidiéndonos de Córdoba, seguimos camino durante todo el día, observando paisajes cambiantes y ciudades nuevas para mí. Pasamos por el norte de córdoba, mezclando sierras similares a mis queridas sierras puntanas con enormes plantaciones de soja. Pasamos por Santiago del Estero, con su flamante terminal de ómnibus nueva, que parecía flotar, lujosa, por encima de un mar de pobreza. Vimos a quien supongo sería un vendedor, llevando un carro con ¡un horno de barro!. Pasamos por Tucumán, por la selva tucumana, donde anduvieron las brigadas guerrilleras en los '70. Pasamos por Salta, aunque ya de noche y sin entrar a la ciudad. En un cruce, con alguna luz de una estación de servicio, hicimos un nuevo transbordo, para realizar el último tramo que nos dejaría en la ciudad de San Salvador de Jujuy.

En la capital jujeña teníamos reservado un hostel y  hasta allí llegamos para hacer noche. Al mediodía siguiente partimos en un nuevo colectivo hacia La Quiaca. Caminando desde el hostel hacia la terminal, con la mochila en mi espalda, y cubriéndome del sol con un gorra, recordaba de memoria una tema de los Fronterizos: el quiaqueño.

"Subiendo" hacia el norte y subiendo hacia las montañas, en el camino pasamos por la Quebrada de Humahuaca. Un lugar demasiado monumental como para describirlo en este relato habiéndolo visto desde las ventanas del colectivo. La emoción me abrazaba al pensar que en esa misma quebrada que estaba recorriendo, los ejércitos de la patria y los gauchos de Güemes habían batallado con las tropas realistas en defensa de nuestra independencia. Algunos pasajeros, al vernos la cara de turistas, de jóvenes, y de asombrados, nos hacían las veces de guías turísticos. Nos indicaron en qué parte estaba la menor anchura de la quebrada (60 metros), nos mostraban algunos cerros particulares, pueblos, vegetaciones.
Pasada la Quebrada, que obliga a acercarse mucho a las ventanas del colectivo para ver las cimas de los cerros, llegamos a otro paisaje, tipo llanura. Fue ahí donde otro pasajero me hizo notar que eso era "el altiplano": justamente una planicie enorme que se encuentra luego de subir a muchísimos metros de altura sobre el nivel del mar, cosa que sólo pude entender, en su extensión, cuando lo mirábamos juntos desde el micro.

En La Quiaca conseguimos otro hostel. Y allí nos detuvimos algunos días. Asistimos a algunos eventos locales: un recital organizado por grupos culturales de izquierda, un desfile de carnaval con toda la parafernalia, una procesión religiosa. Cruzamos un par de veces la frontera hacia Villazón, hasta que finalmente desde ahí compramos un boleto de una línea boliviana que nos llevaría hasta Oruro. En el primero de los momentos que nos disponíamos a cruzar el río que divide los dos países, resonaba en mi cabeza un tema que abría el documental "Bolivia para todos" y que, luego de buscarlo mucho, supe que era "Alturas", por Inti Illimani:

Enero de 2009. La Quiaca, Provincia de Jujuy.
Vamos a ver unas bandas de rock en un local en la estacion de trenes. Local recuperado por agrupaciones de izquierda o independientes. Me preguntaba cómo se hace para "luchar", desde la cultura o la política, aquí. En esta zona del país que parece tan quieta, tan sufrida. Aquí, en esta provincia que tan poco sale en los noticieros nacionales. Aquí, en esta ciudad que está tan al límite con otro país y tan lejos de Buenos Aires. Sin embargo aquí se lucha. Los prejuicios que traigo tambalean, se resquebrajan, se caen. Sólo estoy de paso por esta ciudad. Mañana me espera Villazón, Bolivia, Evo, el pueblo boliviano. Seguramente me haré muchas más preguntas. Seguramente cambiaré tanto...

El viaje hasta Oruro fue todo lo que me habían anunciado: un desastre. Pero soportable, o por lo menos, sobrevivible. Así lo viven sobre todos quienes estamos acostumbrados a otras condiciones viales.
El camino ascendía y ascendía en curvas y contracurvas, provocando mareos y descomposturas a más de uno. Los asientos no eran más que apenas reclinables y estrechos. El viaje duraba toda la noche, así que la gente que sobrellenaba el micro dormía tendida en el pasillo. A medianoche, un río desbordado nos cortó el paso. Mas allá, una goma se pinchó y hubo que cambiarla... En fin, una peripecia que ponía a prueba la paciencia de cualquiera.

En Oruro nos recibió con una pequeña llovizna y una caravana del MAS que invitaba a votar por el SÍ a la Nueva Constitución, y que incluía autos, camionetas, motos y bicicletas, cada cual llevando su whipala o su cartel de la campaña. Conseguimos un Residencial bastante cómodo. Al día siguiente partimos a La Paz en otro viaje menos accidentado pero no menos extenso. La impaciencia por llegar, hacía eternas las vueltas previas para bajar por la quebrada en que se encuentra la terminal de La Paz, ubicada en plena zona urbana. Más lluvia hacía difícil sacar buenas fotos desde la ventanilla.

Una vez en La Paz, nos dirigimos al encuentro de un contacto que alguien nos había pasado y que quizás nos daría alojamiento. No pudimos concretarlo, y rumbeamos en busca de un hotel, terminando en un 3 estrellas muy alejado (alejado para mejor) del confort que se esperaría para un mochilero en semejante aventura. Pero cómodo al fin.

(continuará)

Joaco
14-Nov-2013

Corregido el 27-Mar-2020



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